lunes, 27 de junio de 2016

¿Por qué si dan tanto miedo no puedes pasar sin verlas?

Te pasas tres días sin dormir por las noches porque no puedes quitarte de la cabeza la película de miedo que viste en el cine. Metiste un grito en mitad de la sala y dejaste sin sangre en el brazo al que tenías al lado, del pellizco que le diste cuando apareció aquella sombra con forma humana frente a la pantalla. Ya has dicho que no vas a volver a ver una película de miedo, pero sabes que es mentira. Que la volverás a ver. Y te encantará. ¿Por qué nos gusta pasar miedo?


En los cines se acaba de estrenar "Expediente Warren: El caso Enfield", la secuela de la película "Expediente Warren", lanzada con bastante éxito en 2013. La cinta, al igual que la primera, narra otro de los casos paranormales que investigó el matrimonio de demonólogos (sí, de demonios) Ed y Lorraine Warren, dos norteamericanos con un trabajo poco convencional que viajan a Londres para investigar una casa encantada, con una niña poseída, levitaciones, sillas que se mueven o televisores que cambian solos de canal.

La película es simplemente genial. Terror en estado puro. Adrenalina al máximo sin moverte del sillón. Y mucho, mucho, mucho miedo. En el cine no se escuchó ni un alma durante los 133 minutos de duración de la cinta, a excepción de los amagos de gritos y resoplos del personal (y los míos también) ante algunas escenas de verdadero terror.


Si os gusta el género de miedo, tenéis que verla. Lo peor de todo es que la historia está basada en hechos reales, algo que el director ya se encarga de recordar al espectador en los títulos iniciales, para que así el desasosiego sea aún mayor. Y vaya si lo consigue. 

Tanto es así que ya llevo varios días diciéndome a mí misma que "Expediente Warrem: El caso Enfield" es la última película de miedo que voy a ver.... aunque sé, en el fondo, que cada vez que lo digo me estoy mintiendo a mí misma. Debe ser por la noradrenalina que segrego en mi cerebro (segregamos todos en situaciones de estrés) cuando veo una película de terror o por las propias endorfinas, sustancias de efectos similares a las drogas opiáceas, que inhiben el dolor y provocan placer y euforia. 

Y es que la cinta del director James Wan juega tan bien con los tiros de cámara, las luces, los planos escorados y la música, que en más de una ocasión dan ganas de pedirle al acomodador que encienda las luces de sala, que esto da todo mucha jindama.